Hace mucho no me obsesionaba tanto con un autor, aunque en ocasiones pasadas habrían sido géneros distintos, pero a la muerte de Javier Valdez Cárdenas (desgraciadamente) fue que empecé a comprar sus libros. Lo leía esporádicamente en su columna Malayerba en Ríodoce o lo veía en algunas entrevistas para hablar sobre el narcotráfico o la violencia en México, sin embargo, nunca había dimensionado la calidad de sus textos.

«Huérfanos del Narco» fue el primer título que leí y de ahí mi obsesión me llevó a buscar otros libros de él, «Con una granada en la boca», «Narcoperiodismo», «Miss Narco», «Malayerba» y «Periodismo escrito con Sangre» son al momento los libros que he conseguido y devorado. Al terminar cada texto pensaba en mil cosas, pero siempre en lo doloroso de perder a un hombre como él, capaz de ver el lado humano de toda esta cadena de crimen trastocando cada ámbito de la vida de las personas tocadas por el narco, la corrupción, el silencio, la complicidad.

Personas, el punto central de todas sus historias, sin distinguir ni discriminar, hombres y mujeres contando sus historias al reportero, quien transcribió experiencias, episodios dolorosos, íntimos y descarnados, que dan por resultado una tragedia nacional, una tragedia humanitaria.

Un año ya de su muerte y las autoridades continúan investigando o por lo menos eso nos han dicho, también sostienen el discurso de hacer todo lo posible por garantizar la libertad de expresión y detener los ataques a comunicadores, pero hoy, precisamente hoy, en una trágica coincidencia asesinaron al periodista Juan Carlos Huerta, lo acribillaron igual que a Javier, igual que a muchos otros comunicadores que agrandan la lista de asesinatos.

Hace un año que perdimos a una voz importante para el periodismo, un escritor de historias humanas, dolorosas, que en suma crearon fabulosos libros cuyo único defecto fueron los títulos que tristemente lo estigmatizaron como narcoliteratura, pues no, no hablan del narco, hablan de las personas afectadas por el narco y la violencia, de un bebé que parece haber nacido enojado, como si supiera de la desaparición de su papá, de los niños que perdieron a sus padres y hablan de los «levantones» como si fuera un lugar, de las mujeres que buscan a sus hijos bajo la tierra y en los anfiteatros; de los policías que cambiaron de bando porque no querían ser los abofeteados por los influyentes; escribió de las mujeres tocadas por el narco, músicos obligados a amenizar fiestas maratónicas, sobrevivientes de un secuestro y por supuesto de los periodistas muertos, asesinados, amordazados por la muerte.

No, los textos de Javier no son apología o enaltecimiento del narcotráfico, de los capos y sus acciones delictivas, él recogió sólo algunos de los testimonios de mexicanos que sólo piden saber dónde están sus seres amados, o en qué momento la violencia se detendrá y les permitirá regresar a sus tierras, conocer el momento en el que podrán ir por una calle sin ver una ejecución o un «levantón»; en qué momento podrán ser niños, músicos, médicos, comerciantes, vigilantes, campesinos, enfermeras, cocineras…, reporteros, sin temor a que los hiera una granada o pierdan la vida.

Obviamente no sabrá de mi admiración, pero debo decir que Javier Valdez, es y será para mi, uno de los reporteros más influyentes y admirados. ¡Javier, no te callaron!

¿Recomiendo sus libros? ¡SÍ, MIL VECES SÍ!


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